Nació en Francia en 1934, y vino por primera vez a Uruguay en 1975, como enviado de la Federación Internacional de Derechos Humanos. Desde entonces desarrolló un fuerte vínculo con el país y con varios de sus habitantes.

Hoy es uno de los responsables del Théâtre du Soleil parisino, conocido por sus obras comprometidas social y políticamente. También dirige una organización civil cuya meta es despertar el gusto de la lectura a los niños. Como explicó a la diaria en una entrevista realizada el jueves en el hotel Radisson de Montevideo, en su vida no se ocupó “sólo de los derechos humanos”. Destacó que tuvo una formación inicial como narrador de cuentos y luego fue educador y maestro, antes de tener una carrera destacada como jurista.

Llegó a ser magistrado de la Corte Suprema Francesa, y luego de haber trabajado y viajado por el mundo como experto independiente de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), redactó en 1997 los principios que hoy rigen al Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, conocidos como los Principios Joinet. En 2006 inspiró y redactó la Convención Internacional para la Protección de Todas las Personas Contra las Desapariciones Forzadas. Además fue asesor del ex presidente francés François Mitterrand y de cinco de sus ocho primeros ministros (1981-1993). Sin embargo, en su país es poco conocido.

-¿Cómo surgió su vínculo con Uruguay?

-En 1975 integraba la Federación Internacional de los Derechos Humanos. Esa organización civil internacional me pidió que viniera en una misión a Uruguay cuando aún gobernaba [Juan María] Bordaberry. Estuve alojado en este mismo hotel. Fue así que empecé a conocer Uruguay. Entonces ocurrió algo muy divertido, que le conté hace un rato al presidente [José] Mujica. Me reuní con un juez militar que presidía el Supremo Tribunal Militar, [Federico Silva] Ledesma. Le presenté una lista de siete presos para saber en dónde estaban. Su respuesta fue: “Si no me equivoco, en Francia los magistrados apoyan a los terroristas”. Yo le contesté: “Señor presidente, usted es jurista, no puede ignorar que el tercer párrafo del preámbulo de la Declaración Universal de Derechos Humanos dice que en un país debe reinar un Estado de derecho para que el pueblo no se subleve [“considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”]. Por lo tanto no son terroristas, son luchadores por la libertad”. El séptimo nombre de la lista era Mujica. Se lo conté hace un rato. Entonces yo no sabía quién era. Sólo me habían dado una lista. Después empecé a investigar. Me acuerdo de [el sacerdote jesuita Luis] Perico Pérez Aguirre, que había sido detenido y torturado. Me encargué de su defensa durante mi misión acá. Justo coincidí con una ola de detenciones de militantes del Partido Comunista. Así fue que conocí Uruguay. Me fascinó la historia de este país, en donde las parejas pueden divorciarse desde 1907 y las mujeres pueden votar desde 1927, mientras que en Francia el voto femenino se aprobó recién en 1944, durante el gobierno de [Charles] de Gaulle. Además descubrí un pueblo muy simpático y me enamoré de Uruguay.

-¿En el marco de su trabajo no se enamoró de otros países?

-Tengo tres países en mi corazón: Bután, en el Himalaya -donde hice misiones formidables-, Timor [Oriental] y Uruguay. Visité a [el líder independentista de Timor Oriental Xanana] Gusmão, que luego fue presidente de la República [2002-2007], como Mujica. También visité a [Levon] Ter-Petrosyan [otro militante político, armenio, detenido por sus ideas], que se convirtió en presidente de Armenia [1991-1998]. Le dije [a Mujica]: “Los terroristas, presidentes. Es maravilloso”.

En su origen

El Secretariado Internacional de Juristas por la Amnistía en Uruguay (SIJAU) nació durante la dictadura uruguaya, en 1976, impulsado tanto por personas anónimas como por juristas destacados, como el francés Louis Joinet, los argentinos Leandro Despouy e Hipólito Solari Irigoyen y la uruguaya María Elena Martínez, ex directora de Derechos Humanos del Ministerio de Educación y Cultura. Fue registrado como organización civil francesa y generó un amplio movimiento internacional en reclamo de democracia en Uruguay. En 1984 amplió su actividad a Paraguay y se creó el Secretariado Internacional de Juristas para la Amnistía y la Democracia en Paraguay. En 1992, el SIJAU dejó de funcionar por falta de fondos. Todos los juristas que lo integraron brindaron además su apoyo y asesoramiento gratuito a víctimas de violaciones de los derechos humanos.

-¿Fue a partir de su viaje a Uruguay de 1975 que creó en 1976 el Secretariado Internacional de Juristas por la Amnistía (de los presos políticos) en Uruguay (SIJAU)?

-En Francia hubo muchos exiliados uruguayos. Creamos el SIJAU, con juristas uruguayos que había conocido acá, con argentinos, con gente de otros países, y lanzamos una campaña internacional que tuvo mucho impacto.

-¿Cómo fue el encuentro con Mujica?

-Fue obviamente emocionante, porque lo había defendido sin saber que sería presidente. Hablamos de los problemas en Uruguay y en Francia. En particular, del crecimiento de la extrema derecha en Francia y en Europa, que es muy grave. Respecto de la situación uruguaya, hablamos de los avances que hubo y del camino que falta recorrer. No tenía mucho tiempo, así que hablamos poco de lo último.

-Hay quienes cuestionan a Mujica por la falta de avances respecto de los crímenes de la dictadura. Es un asunto un poco contradictorio.

-Los presidentes de la República siempre son contradictorios. Son contradicciones del poder. Por eso mi libro [publicado en 2013] se llama Mis razones de Estado. Fui asesor de cinco primeros ministros y de un presidente de la República [Mitterrand], así que vi las contradicciones del poder. Mitterrand enfrentó el mismo problema que Mujica con la guerra de Argelia, sobre si era necesario aprobar amnistías. Hubo 30.000 desaparecidos en Argelia, por parte de Francia. No es una tarea fácil. Pero respecto de todos los jefes de Estado que conocí, Mujica tiene una gran diferencia: no tiene el instinto del poder. Uno siente que no busca dominar. Sobre las ideas, desde Bordaberry hubo muchos avances, a pesar de las contradicciones. Pero no vine a juzgarlo.

-¿Cómo ve la situación de los derechos humanos en Uruguay?

-Charlé mucho. No con el presidente, pero sí con ministros y otras personas. Hay que desarrollar la enseñanza de los derechos humanos en las facultades de Derecho y en la formación judicial. Lo que pasa es que los derechos humanos son derechos internacionales, pero la Suprema Corte, como en muchos países, duda y se niega a aplicarlos. En Francia eso ocurrió durante mucho tiempo. En la Corte Suprema [la Corte de Casación francesa] uno de mis papeles [entre 1992 y 2008], junto a otros dos colegas, fue hacer que los magistrados evolucionaran para tener en cuenta las normas internacionales. Todas las cortes supremas del mundo son un poco nacionalistas. “Nuestro Derecho es el mejor, no queremos ocuparnos de los de los demás”, dicen. Es el caso en Francia en particular, porque el Código Penal es de la época de Napoleón, y De Gaulle era una suerte de Napoleón. Entonces inventamos lo que se llama “la vista gigogne”. Cuando se emite un fallo, una decisión, hay que referirse a la ley que se aplica. Los magistrados citaban la ley francesa pero no querían citar la Convención Europea de los Derechos Humanos. Entonces desarrollamos esa herramienta jurídica. Las gigognes son la muñecas rusas [que se encajan unas en otras]. Entonces, el magistrado lo que hace es referirse al artículo en cuestión del Código Penal “junto” a otro de la Convención Europea. Así figuran los dos textos. Fueron necesarios siete años para que eso entrara en las costumbres, pero ahora lo hacen todos los tribunales. Es para decirle que la postura de la Suprema Corte de acá no es una excepción sino que es, lamentablemente, muy frecuente, aunque eso va cambiando bastante en el mundo.

-¿Cómo explica entonces que España haya retrocedido al limitar la aplicación del principio de justicia universal?

-Se trata de un gobierno de derecha, reaccionario. Es el pueblo el que vota, no se puede hacer nada.

-¿Cree que un día la justicia universal será realmente universal?

-Tengo algunas dudas respecto de la justicia universal. Cuando se habla de justicia universal se piensa sólo en los estados democráticos. Si en Francia se aplica, será para juzgar, por ejemplo, a un torturador iraní. ¿Por qué [el ex presidente libio Muamar] Gaddafi no podría haberlo hecho? Podría haber creado un tribunal en nombre de la justicia universal. Así que es complejo. Prefiero los tribunales internacionales. Un tribunal nacional puede ser él mismo violador de los derechos humanos. ¿Por qué algunos deberían tener derecho a juzgar y otros no?

-Pero también se cuestiona a los tribunales internacionales por responder a los intereses de ciertos países.

-Sí. ¿Pero usted conoce el mundo ideal? Yo también lo busco. Hace 80 años que busco. Algo que guio mucho mi vida es pensar que siempre está lo prácticamente posible y lo idealmente deseable. Hay que empezar siempre por lo que es posible en la práctica, pero para que tienda hacia lo que es deseable en lo ideal, que nunca vas a alcanzar. Cuando tenía 35 años fui relator especial de un tribunal que se llamaba Tribunal Russell [también llamado Tribunal Internacional de Crímenes de Guerra, fundado por Bertrand Russell y Jean-Paul Sartre]. Entonces no había justicia internacional, era un tribunal informal. Luego se crearon los tribunales para la ex Yugoslavia y Ruanda, y en ese marco hice dos misiones como experto independiente de la ONU, a la ex Yugoslavia, y a Ruanda, por el genocidio, para investigar. Fue la primera vez que se establecieron tribunales internacionales, pero se enfocaban en un solo país. También está ahora la Corte Penal Internacional, que es para todos los países. Pero está el Consejo de Seguridad, que siempre intenta bloquear. Así que la próxima etapa será hacer que cambie el Consejo de Seguridad.

-El trabajo de redacción de textos importantísimos en materia de derechos humanos en la ONU ocupó 20 años de su vida. ¿Qué balance hace de lo que ha hecho esa organización en relación al tema?

-En un primer momento se hizo mucho. La subcomisión de los derechos humanos, de la que fui integrante, se volvió muy independiente pero ahora es consultiva; se convirtió en el Comité Consultivo del Consejo de Derechos Humanos. Aún se está avanzando con los relatores especiales sobre tortura, desaparición, libertad de opinión y de expresión. Fui durante siete años relator especial sobre derechos humanos en Haití. Ésas son personas realmente independientes y cumplen un papel fundamental. Porque cuando usted investiga en un país es para intentar que se juzgue a los violadores [de los derechos humanos], pero lo importante también es ayudar a los que están resistiendo. Lo peor es cuando la gente no sabe que tiene apoyo. Antes, durante siete años, fui presidente de la Comisión de Investigación sobre Detención Arbitraria de la ONU. No hice que se liberara a mucha gente -en algunos países sí: en Bahréin fueron casi 2.000 personas-, pero me di cuenta de que lo peor es cuando la persona está presa, en el fondo de un pozo, y hay una movilización internacional sin que se entere. A falta de ser liberado, en la cárcel hay que saber resistir.

-Se critica a la ONU por su falta de acción ante las violaciones de los derechos humanos en Siria.

-Son los Estados, no es la ONU. El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, no tiene poder, son los Estados, es el Consejo de Seguridad.

-También se critica mucho a la ONU por avalar intervenciones militares, o por no hacerlo. ¿Cree que la intervención militar es una buena herramienta para imponer el respeto a los derechos humanos?

-No se impone. Participé en tres operaciones de paz, en la ex Yugoslavia, en Ruanda y en Haití. No se impone. No hay forma de lograr que se respeten los derechos humanos en todos lados. La naturaleza humana es así. Sólo se puede mejorar.