Occidente, proveedor de armas para las dictaduras

17/08/2015
Comunicado
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Editorial de Françoise Dumont, presidenta de la LDH, y Karim Lahidji, Presidente de la FIDH, publicado en Libération (Francia), el 16 de agosto de 2015.

Este ha sido un triste verano para los derechos humanos. El rey Salmán ocupó la playa de Vallauris y François Hollande el puesto de honor en la ceremonia inaugural del nuevo canal de Suez, un verdadero momento de gloria para el general al Sisi y para la cooperación militar franco-egipcia. El presidente francés asistió acompañado por los más altos directivos de la industria aeronáutica y militar. Un baile estival que resume claramente las ambiciones del Gobierno francés con respecto al mundo árabe.

Puesto que, además de los 24 aviones de combate Rafale, la fragata multipropósito FREMM y los misiles vendidos a Egipto en nombre de la lucha contra el terrorismo que ya se ha cobrado la vida de miles de civiles egipcios, Francia, plenamente consciente de ello, también está vendiendo millones de euros en armas y municiones similares a las que utilizó el ejército egipcio para asesinar a miles de activistas.

En nombre de una supuesta “lucha antiterrorista”, los países occidentales democráticos que compiten por armar a Egipto y otros regímenes autoritarios, están en realidad participando en la mayor ofensiva jamás lanzada contra las sociedades civiles en el mundo árabe. Civiles, opositores pacíficos, personas laicas, defensores y defensoras de los derechos humanos, activistas, periodistas, juristas e intelectuales, son en Egipto, Arabia Saudita, Bahrein y Siria los agentes clave y el elemento sobre el que construir una potencial transición democrática, así como el blanco de los regímenes actuales.

Mientras constatamos el surgimiento de un “neorrealismo” en el Elíseo para ajustarse a los nuevos desafíos en materia de seguridad, en el Egipto actual hay decenas de miles de prisioneros políticos y se sentencia a muerte a centenares de personas, o son víctimas de desaparición forzada, a merced de unas fuerzas de seguridad fuera de control, con la prensa amordazada, el poder judicial a sus órdenes y las elecciones parlamentarias reiteradamente pospuestas por tiempo indefinido.

¿Nos atenemos únicamente a consideraciones estratégicas relacionadas con el “interés nacional”, al que se invoca constantemente a la hora de justificar nuestra asociación con el régimen egipcio? Dicho “interés” nos autoriza a condenar la dictadura de Bashar al Assad, mientras apoyamos la de Abdel Fattah al Sisi y alegamos que luchamos contra el islamismo, al tiempo que apoyamos al régimen saudí.

Argumentar que existe una garantía de estabilidad en un régimen ampliamente sostenido por la gerontocracia petrolera de los Estados del Golfo, un régimen cuyo presidente ha seguido aumentando las medidas represivas a la represión ya impuesta por su predecesor, que fue a su vez depuesto hace cuatro años por un gigantesco movimiento popular nunca visto antes, resulta pura ficción. Como nos lo recordara el célebre defensor egipcio de los derechos humanos Bahey Eldin Hassan en su artículo en el New York Times, la idea de que Egipto, con su Gobierno autoritario, es estable y fuerte, que posee el control de su territorio y es el elemento aglutinador necesario para mantener la seguridad regional, es un mito.

Señaló que es en países como Siria e Iraq, que sufrieron durante décadas la peor represión política y en los que las instituciones nacionales fueron sistemáticamente desmanteladas por los regímenes autoritarios, donde ha podido introducirse ISIS.
Quince años de “guerra contra el terrorismo” acabaron en un fracaso estruendoso que permitió a los yihadistas ocupar grandes zonas de Siria, Iraq y Yemen. En la actualidad, están presentes en Libia y Nigeria y amenazan abiertamente a ciudades de Europa y América del Norte.

Cuatro millones de refugiados sirios han huido de su país y de las matanzas de Bashar al Assad, lo que amenaza la estabilidad regional. El Mediterráneo se ha transformado en un inmenso cementerio en el que en menos de siete meses han hallado la muerte 2 000 solicitantes de asilo al intentar escapar de la guerra, la represión y la miseria (30 veces más que en el mismo período del año pasado).

Proporcionar apoyo a los dictadores con el pretexto de la seguridad y la estabilidad, no solo es una muestra de desprecio hacia la población de la región, sino que además es una negación flagrante de la realidad regional. Los partidarios de un “neorrealismo” en materia de seguridad no deben olvidar que la defensa de los derechos humanos fue en 2011 la piedra angular del mayor movimiento masivo de la historia moderna en el mundo árabe.

El Gobierno francés parece apoyar una ecuación repugnante y engañosa, que intenta un equilibrio entre la diplomacia en aras del propio interés y la diplomacia de valores, es decir, la seguridad, incluyendo la seguridad del empleo de un funcionario del Ministerio de Defensa o de un trabajador de Saint-Nazaire, frente al derecho a la vida de un opositor egipcio.

El interés nacional de los franceses, así como de los europeos, también está definido por la Declaración Universal de los Derechos humanos y tiene la particularidad de ser universal: libertad e igualdad de todas las personas.

Es imposible ganar la larga batalla contra el terrorismo en la región sin garantizar que el derecho a la dignidad, la seguridad y la integridad física de los ciudadanos y ciudadanas árabes se aplique igual que a cualquier ciudadano europeo: es inalienable y fundamental.
Al defender sus intereses, es imposible que Francia y el resto de Europa pretendan consolidar su influencia de manera sostenida sin tener en cuenta la defensa de estos valores universales inquebrantables e imperecederos, así como a los millones de personas que pagan un precio muy alto por conseguirlos.

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