El ataque de Orlando: No al odio en nuestro nombre

Escrito por Dorothee Benz, directora de comunicación del Centro de Derechos Constitucionales, organización miembro de la FIDH en los Estados Unidos. Su texto fue publicado en la página web del CCR el 13 de junio (EN).

Durante todo el día de ayer me llegaron mensajes de simpatizantes de la comunidad LGBT. "¿Estás bien?" "Dios mío, podía haberme pasado a mí." "Dos amigos míos estaban allí." "¿Qué tal estás?" "Me pasaba todo el tiempo en Pulse." "¿Estás a salvo?, ¿estás con tu familia?" Por familia nos referimos a otros miembros de la comunidad LGBTIQ, porque con frecuencia las nuestras no son sinónimo de seguridad.

El bar, un bar de ambiente, un bar de gais y lesbianas, un bar de la comunidad LGBTIQ, es el lugar donde siempre íbamos para estar seguros. Para muchas y muchos de nosotros fue el primer sitio donde pudimos ser nosotros mismos, sentirnos aceptados por las demás personas. Era un espacio comunitario, para conocer a otras personas, hacer amigas y amigos, tal vez encontrar el amor o solo una aventura apasionada. El bar era y es nuestro centro comunitario antes de que hubiera otros centros de reunión de la comunidad LGBTIQ, e incluso lo sigue siendo en los lugares en los que estos aún no existen. Un santuario en una sociedad donde la condena y el odio emanan de nuestros santuarios religiosos oficiales.

Así, cuando el sábado por la noche un hombre armado abrió fuego en la discoteca Pulse Club de Orlando, abatió a 50 personas e hirió a otras 53, destrozó no solo la vida de las víctimas y de sus familias, de la familia de nacimiento y la de elección. Destrozó un refugio estadounidense de personas gais, lesbianas y transexuales. El domingo amanecimos con la noticia de que todos nosotros llevamos una diana en la espalda, incluso, o mejor dicho, sobre todo, en aquellos lugares que creemos seguros. Ese es el objetivo exacto para el que están concebidos los crímenes de odio; este no fue sino un acto de violencia política destinado a herir y amenazar a nuestra comunidad.

Algunas personas de nuestra comunidad LGBTIQ viven bajo una amenaza mayor que otras. En Pulse se celebraba una noche latina y cuando se publicaron los nombres de las personas fallecidas se esperaba que en su mayoría fueran latinas, latinos y latinxs. Una vez más la nación homófoba y transfóbica tiene las manos manchadas con la sangre de las personas LGBTIQ de color.

El tiroteo no se ha producido en el vacío, sino que forma parte de la creciente reacción violenta contra los avances (irregulares y muy incompletos) de los derechos civiles de la comunidad LGBTIQ. Durante los últimos nueve meses se han presentado más de cien proyectos de leyes anti LGBTIQ en las legislaturas de varios estados. Hay políticos que habitualmente prometen recortar nuestros derechos en nombre de la moral y apelan a arraigadas justificaciones religiosas de odio y discriminación —en muchas tradiciones, sobre todo en las confesiones cristianas que representan a la mayoría de la ciudadanía estadounidense— y que vician el aire que respiramos. Incluso después de la masacre se usó la Biblia como arma arrojadiza contra la comunidad LGBTIQ. Apenas unas horas después del tiroteo, el vicegobernador de Texas, Dan Patrick, publicó en Twitter esta cita del Libro de los Gálatas 6,7: "No se engañen, nadie se burla de Dios: al final cada uno cosechará lo que ha sembrado".

La generalización de las actitudes y acciones cristianas anti LGBT hacen de la predecible islamofobia que se ha usado como chivo expiatorio inmediatamente después del tiroteo algo especialmente irritante. Si el asesino hubiera sido una persona blanca criada en un ambiente cristiano, sin duda habría habido comentarios (por parte de su exmujer y sus compañeros de trabajo) sobre su perturbación e inestabilidad mentales, que habían conducido a que se le tratase como un lobo solitario y se habría enmarcado el asunto en el ámbito de la enfermedad mental. Por el contrario, a las personas musulmanas de todo el mundo se les exige, una vez más, explicar a través de comunicados de prensa que las acciones de Omar Mateen no representan a la comunidad musulmana en su conjunto. Por mi parte, sigo esperando que diversas organizaciones cristianas se pronuncien públicamente sobre los casos de Dylann Roof y Robert Dear y declaren que no representan al conjunto de la comunidad cristiana.

En lugar de eso, esas mismas personas, que han contribuido a extender el acoso y el desamparo contra jóvenes gais, lesbianas y transexuales —de nuevo, la mayor parte de ellos de color— instrumentalizan los cadáveres de las personas LGTBIQ para apuntalar su odio islamófobo.

¡No, no en nuestro nombre! Los grupos y comunidades LGBTIQ de todo el país han denunciado rápidamente la reacción de islamofobia que se ha producido tras el tiroteo de Orlando. Las comunidades más vulnerables —gais, lesbianas, transexuales, sobre todo cuando son personas de color, así como la comunidad musulmana— se mantienen unidas, pues todas y todos nosotros llevamos una diana en la espalda.
Hace treinta y siete años, los miembros más vulnerables de la comunidad LGBTIQ cambiaron el curso de la historia en otro bar de ambiente, el Stonewall, y se puede decir que el bar que hay actualmente en ese espacio, el Stonewall Inn, sigue siendo un hito para nuestra comunidad o de nuestras comunidades. Allí estuvimos cuando el Tribunal Supremo de los Estados Unidos abolió las leyes contra la sodomía, allí fue donde nos consolamos mutuamente cuando tres hombres gais fueron torturados de manera horrible en el Bronx, donde celebramos la aprobación de la ley del matrimonio igualitario en el estado de Nueva York y cuando el Tribunal Supremo lo integró en la legislación del país, y allí es donde estaremos esta noche a las siete, prometiendo con nuestras lágrimas, nuestra rabia y nuestro llanto que nunca daremos un paso atrás y que apoyaremos solidariamente a nuestras hermanas y hermanos musulmanes.

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